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Con este blog, quiero honrar a todos los papás de AgroAmérica, especialmente al fundador, mi padre, Fernando Bolaños Menéndez.

Este mes, en que se celebra el Día del Padre, recordar al mío, es saber lo que es ser un verdadero padre, un empresario audaz y un ser extraordinario.

Con sólo 13 años, mi papá supo lo que significaba perder a un padre. Cuando cumplió 15, junto con mi abuela, se hizo cargo de sacar adelante a sus 5 hermanos pequeños, vendiendo leche. Aunque yo recuerdo que su primer negocio lo hizo, según contó mi papá, cuando era todavía un niño, luego de ganarse un cerdito en la feria del pueblo.

Mi abuela era una mujer muy trabajadora y estricta y le tocó hacer de mamá y papá. Esta historia se repite en muchos hogares y esas mujeres merecen doble reconocimiento.

Mi padre vivió en una finca en Santa Ana, El Salvador y luego en Asunción Mita, Guatemala. Se levantaba todos los días a las 3 de la mañana a ordeñar vacas para vender la leche. Su jornada terminaba a las 6:30 p.m., cuando sonaba la campana de la Iglesia de Nuestra Señora de La Asunción, que anunciaba el rezo del rosario. Luego ayudaba en otras tareas y se iba a la cama a las 10:00 de la noche.

Según contaba mi papá, desde joven fue muy activo y participaba en los asuntos de la iglesia y la comunidad. No olvido las palabras del padre Rocco, sacerdote de la parroquia del pueblo: “Fernando tenía 18 años, y era un joven trabajador, honesto y religioso. Siempre que necesité de algo, iba con él, pues era un hombre con unos valores excepcionales”.

Mi padre era un hombre de campo, carismático, incondicional a su familia y un empresario audaz. No tenía miedo de emprender nuevos negocios. Después de dedicarse al ganado, decidió que su camino era la agricultura y quedó unido a la tierra para siempre. Empezó a sembrar algodón en la Costa Sur de Guatemala. Luego se convirtió en un productor independiente de caña, y por diversas razones, se vio en la necesidad de cambiar de rumbo y empezar de cero nuevamente.

Comenzó a sembrar banano. Tuvo que vender la finca, pero volvió a comprar otra. Esto era tan natural para él. Esta vez, no sólo sembró de nuevo banano, sino que empezó a cultivar aceites vegetales; incursionó en el cultivo de piña e introdujo frutas exóticas, hasta convertirse en uno de los principales productores y exportadores de la región.

“Nada lo detenía, ni el calor horrible, ni las largas horas de trabajo, ni las incomodidades, ni los retos, todo lo afrontaba. Si tenía problemas, nunca demostró debilidad, siempre cumplía con sus compromisos laborales y familiares,” comentó el doctor Carlos Andrade, quien trabajó con mi papá.

La vida de mi padre estuvo llena de dificultades, que superó, primero solo y después acompañado de mi madre y luego de sus hijos. Aprendió de cada experiencia, y de las más difíciles, salió más fuerte y exitoso.

Para mi papá, los colaboradores eran más que trabajadores, eran amigos. Siempre tenía tiempo para apoyarlos cuando lo necesitaban.

Recuerdo que les decía a sus trabajadores que el trato con la gente era muy importante: “todos son seres humanos que merecen nuestro respeto; aparte de un salario digno, tienen el derecho a un trato justo y humano”.

Después del fallecimiento de mi padre, hace 12 años, analicé cuáles fueron las razones que lo convirtieron en un padre ejemplar y un empresario audaz. Mi conclusión fue: Amor a Dios, la familia primero, servicio a los demás, trabajo duro, perseverancia, generosidad, gratitud, lucha y esfuerzo.

Los valores heredados llegaron hasta sus nietos y con estas palabras se despidió de ellos: “Estudien, trabajen duro, perseveren y ayuden a los demás.”